La crisis de 1930
modificó las convicciones básicas acerca del futuro nacional. Como no podía ser
de otra manera, la perspectiva acerca del pasado sufrió también un fuerte
impacto. Los dos movimientos principales en el campo historiográfico fueron la
consagración de una “historia oficial” y la aparición del revisionismo
histórico. La historiografía argentina tuvo su origen con la obra de Bartolomé
Mitre, principalmente con la Historia de Belgrano y de la independencia
argentina, cuya edición definitiva fue en 1887. El propósito de Mitre era
ofrecer una interpretación de la historia nacional que, bajo la influencia del
nacionalismo liberal, sirviera de fundamento a la doble tarea de construcción
del Estado y de la nación. Para ello intentó crear las primeras visiones
heroicas del pasado nacional, con los personajes y las anécdotas que más tarde
utilizarían maestros y políticos.
Mitre dió suma
importancia al cumplimiento de los criterios de prueba documental, que eran la
base del método histórico a fines del siglo XIX. A principios del siglo XX se
constituyó en nuestro país el primer núcleo de historiadores profesionales, la
Nueva Escuela Histórica, que, sin apartarse demasiado del rumbo que había
fijado Mitre, desarrolló una importante labor de investigación y de rescate y
publicación de un vasto conjunto de documentos sobre la historia argentina. Las
principales instituciones en las que este grupo desarrolló su actividad fueron
la junta de Historia y Numismática Americana —fundada por Mitre— y el Instituto
de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, cuyo inspirador y director fue Emilio Ravignani.
A partir de la.
crisis de 1930, y más aún durante la presidencia de Justo, se produjo una
vinculación muy estrecha entre la vertiente más conservadora de la Nueva
Escuela Histórica —representada por Ricardo Levene, figura principal de la Junta
de Historia y Numismática Americana— y el poder político. Esta vinculación se
manifestó en un conjunto de iniciativas, muchas de ellas de Levene, que
contaron con el apoyo político y financiero del gobierno. Ejemplos de ello fue
la transformación de la junta de Historia y Numismática Americana en Academia
Nacional de la Historia, por decreto del Poder Ejecutivo de enero de 1938, la
decisión de editar —con su consiguiente asignación de fondos— la Historia de la
Nación Argentina dirigida por Ricardo Levene y la realización del II Congreso
Internacional de Historia Americana. La Academia se convirtió en un centro de
referencia obligada para los poderes públicos: funcionaba como una asesora
permanente del Estado y mantenía una estrecha vinculación con el Ministerio de
Instrucción Pública. De este modo, en el período de la restauración
conservadora se configuró una suerte de ‘historia oficial”, que se refugiaba en
una erudición estéril y no respondía a los dilemas que la situación política y
social imponía a los intelectuales argentinos.
Para la “historia
oficial”, el presente no incitaba a renovar las preguntas sobre el pasado. Sin
embargo, la evidencia de la crisis mundial y de sus efectos sobre el país
condujeron a un núcleo intelectual importante a modificar su perspectiva sobre
la historia nacional. Si la historiografía del liberalismo nacional vigente —la
“historia oficial”— descansaba sobre el optimismo y la confianza en el progreso
de la nación, la producción intelectual de los años treinta está teñida de
pesimismo. Este tono pesimista no se limitaba a la historiografía, también
recorría ¡os primeros grandes ensayos pesimistas sobre la condición nacional:
Radiografía de la pampa de Ezequiel Martínez Estrada, El hombre que está solo y
espera, de Raúl Scalabrini Ortiz, e Historia de una pasión argentina, de
Eduardo Mallea. También llegó a los melancólicos o amargados tangos de ¡a
época.
En el campo de la
producción histórica, esta tendencia se manifestó en la aparición de lo que más
tarde se denominaría “revisionismo histórico”. Los autores y las obras que
pueden adscribirse a esta corriente, durante las décadas de 1930 y 1940,
formaron parte, por lo general, de las diversas vertientes del nacionalismo.
Los más influyentes —Julio Irazusta, Carlos lbarguren, Ernesto Palacio— fueron
participantes activos de la experiencia de Uriburu y, en buena medida, el
fracaso de esa empresa contribuyó a forjar su concepción de la historia.
Genéricamente antiliberales y elitistas, compartían con sus adversarios en el
campo historiográfico algunas premisas importantes. Para ambas corrientes —la
liberal y la revisionista—, la historia era una historia política de la nación,
los actores principales de esa historia eran los grandes personajes, y la
utilidad de la historia radicaba en su función pedagógico-política. Pero se
oponían en el contenido de esa ‘pedagogía de la nacionalidad”, que para ambos
constituía la historia. Esta disidencia en los contenidos se manifestaba con
claridad en la valoración de algunos personajes históricos, en particular Juan
Manuel de Rosas.
La primera obra
importante del revisionismo fue La Argentina y el imperialismo británico,
publicada en 1 934 por los hermanos Rodolfo y Julio Irazustá. El paso a primer
plano de la problemática del imperialismo inglés marcó una inflexión en la
trayectoria del nacionalismo restaurador, del que provenía Irazusta. Si hasta
entonces los motivos tradicionalistas y antidemocráticos habían predominado, el
nuevo énfasis en el tema del imperialismo inglés creaba un vínculo con los
nacionalistas populares. En este grupo se destacó la obra de Scalabrini Ortiz,
que en su Historia de los ferrocarriles argentinos intentaba ofrecer una
explicación del funcionamiento de la dominación inglesa a través de la red
ferroviaria.
Por lo general, los
revisionistas estuvieron más preocupados por reinterpretar la historia sobre
premisas ideológicas fuertes que por contribuir al avance de la investigación
erudita. Esta postura se manifestó en una deliberada simplificación de los
procesos históricos y en el juicio maniqueo de los actores sociales y
políticos. Desde la perspectiva de un historiador profesional de la actualidad
—Tulio Halperin Donghi en El revisionismo histórico como visión decadentista
del pasado nacional—, el avance del revisionismo histórico iba a constituir así
un fenómeno lleno de interés en cuanto reflejaba el impacto progresivo de la
crisis [de 1930] en la mentalidad colectiva, pero si sus propuestas son
esclarecedoras en cuanto enriquecen la sintomatología de esa crisis, por esa
misma razón no podrían orientar ningún esfuerzo de análisis de la crisis misma,
y esa limitación es doblemente válida cuando se examinan las producciones de
esta tendencia desde una perspectiva propiamente historiográfica: así
contemplados, sus aportes, tras de medio siglo de esfuerzos, parecen
particularmente modestos”.
Fuente Consultada:
Historia Argentina
de Luchilo-Romano-Paz
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